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PEDRO LAPIDO ESTRAN

 El Arte de Escribir y la Formación del estilo.

 

                                                                                    2)  LOS MANUALES DE LITERATURA:   a) Lo que deberían enseñar 

                                                                                                                                                                                     b) ¿Enseñan a  escribir?   

 

                                                 

                   Los antiguos manuales de literatura perdían mucho tiempo en desarrollar las diferencias de los diversos estilos. Se pesaba y se discutía la fuerza de las expresiones, la calidad de las imágenes. Se enseñaba a distinguir el género épico del género dramático, lírico o didáctico. Se insistía sobre los caracteres de la oda o de la epopeya. Todo esto no da ningún provecho. No nos ocuparemos de ello. Se insistía mucho, también, sobre el estudio de las obras maestras.

                Es cierto que es excelente estudiar las obras maestras, pues la admiración conduce a la imitación, y la imitación es un medio de asimilar las bellezas de los demás. Pero se señalaban demasiado las perfecciones y no lo suficiente los defectos.

                Es necesario mostrarle al neófito frases malas que pueden transformarse en buenas, y decir por qué son malas y cómo se las convierte en buenas. El estudiante no discernirá que es escribir bien hasta que se le haya expuesto qué es escribir mal. Demostrar sobre todo, los resultados que se pueden obtener por el esfuerzo, el trabajo y la voluntad.

               Porque todo esta ahí. No sospechan muchos el partido que se puede sacar de un trozo de prosa común impulsando su ejecución, rehaciéndolo, perfeccionándolo. En eso consiste toda la ciencia de escribir y para eso hace falta un guía ilustrado en estas costumbres de trabajo. Y para demostrar que los grandes escritores han tenido asumido lo que manifiesto, baste una frase pronunciada por Jorge Luís Borges:

"UN ESCRITO NUNCA SE TERMINA; SOLO SE ABANDONA."

¡ y lo dice un hombre que bien puede dar por terminados sus trabajos y no tendrá objeciones !

                 No deja de ser delicado querer enseñar a escribir cuando el que lo intenta no es un escritor consagrado por la admiración. Pero si nos atuviéramos a eso, pocos serían los hombres aptos para dicha enseñanza. Se me perdonará la tentativa, si se piensa en la cantidad de personas que se constituyen en profesores de estilo. Manuales, consejos, cursos, convertidos en volúmenes profesionales, cuyos autores en mayor parte están lejos de ser escritores notables. Solamente tienen lectura, erudición, y en algunos casos claro juicio y gusto, juntos o separados. Pues si eso basta basta para justificar su pretensión, no veo por qué habría de privarme de encarar la transmisión de mis propias peripecias, mi esfuerzo y mi trabajo para convertirme en escritor. Para ello he tomado elementos de obras varias, a las que adhiero conceptualmente, y que utilizo de soporte para - agregando mis conclusiones - transmitir una experiencia útil.

                 Muchas personas, declararan al arte inaccesible e indemostrable. “¡Enseñar a escribir”! ¡Es imposible! El estilo es un don. Se tiene o no se tiene. Escribir es cuestión de inspiración, y no puede enseñarse a tenerla. La creación de las palabras, el arte de las expresiones, son cualidades innatas. Nunca podrá enseñarse a descubrir bellos pensamientos o frases originales. Pues en eso hay una confusión. No se enseñará a nadie a ser un Homero o un Esquilo; pero en el arte de escribir hay una parte demostrable, algo de oficio de extrema importancia que proporciona casi tantos recursos como la inspiración. Claro está que una parte del arte de escribir no puede enseñarse; pero otra parte, sí.  Por falta de trabajo es por lo que tantas personas escriben tan mal.

                  El trabajo ayuda a la inspiración; él es quien la hace fructificar; por el se llega a duplicar las propias fuerzas. Si es verdad que el genio no es más que una larga paciencia, digamos bien alto que el arte de escribir puede enseñarse largamente, pacientemente, victoriosamente. No se trata, bien entendido, de dar fórmulas seguras, reglas matemáticas o recetas infalibles para escamotear las dificultades. Se trata de descomponer la forma, de analizar los giros y las expresiones, para dar a los lectores el ángulo preciso que lo lleve a la idea.

                  Esta enseñanza gana mucho cuando puede darse de viva voz; cuando podemos corregir personalmente las composiciones hechas por los discípulos. Me dirán también: Su pretensión de enseñar el estilo es quimérica. Y coincido ya que, hay tantos estilos como autores, y sería absurdo querer imponer uno, sea el que fuere. Pues, no es un estilo especial el que quiero proponer; deseo enseñar a cada uno a escribir bien en su propio estilo.

                 Además Hay un arte común a todos los estilos. Los principios, los matices y las consecuencias de ese arte es lo que deseo desarrollar. Ese arte constituye la ciencia de escribir. Aunque las cualidades de escritura no sean las mismas en todos los autores, un buen verso de un autor es bueno por las mismas razones que un verso de otro. “Un buen verso no tiene escuela “, decía Flaubert. Un buen estilo, tampoco.

               Trátese primero de escribir bien, y la originalidad de la forma llegará por si sola. En todo caso Hay una tradición de estilo: la tradición clásica, el molde regular y tranquilo, la estructura académica y lógica. Sígase ese patrón que es general y lo domina todo. He ahí, a priori, la forma que es preciso proponer como modelo. Puede estar seguro el aspirante a escritor que –sin que lo note-, su temperamento la modificará, si ha nacido para modificarla.

                      La primera condición preparatoria para escribir es la de conocerse, y para eso es preciso examinarse a si mismo, estudiarse, saber, como dice Horacio, que peso se puede echar uno sobre los hombros. El verdadero germen esta, ha veces ahogado y no aparece hasta muy tarde.  Miguel Ángel no aceptó que era pintor, aún después de que el papa Julio II lo obligara a pintar la Capilla Sixtina, y pese a haber hecho antes obras pictóricas como el Tondo Doni. Una casualidad nos revela a veces a nosotros mismos. Hay asimilaciones pasajeras que no son más que engaños. Para tener completa certidumbre de nuestra vocación, es necesario repetir los ensayos, volver a empezar las pruebas, cambiar de ejercicio, pasar de una lectura a otra. Al fin, se afirma una predilección, se traza un sendero en medio de esos diversos caminos, y gracias a la intervención de un amigo, a la opinión de una persona inteligente, a la conducción apropiada de un maestro, sabemos por ultimo, lo que queremos y lo que podemos hacer.

                      Sobre todo, no hay que cegarse sobre si mismos, porque sucede casi siempre que lo que mas amamos en nosotros  son nuestros defectos. El medio que nos dará mas luz sobre este punto es la lectura.

                                                                              

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Curso:  El Arte de Escribir y la Formacióndel estilo.

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El Arte de Escribir

Lección 2

2)  LOS MANUALES DE LITERATURA:

a) Lo que deberían enseñar

b) ¿Enseñan a escribir?

c) Las demostraciones técnicas

d) ¿Hay un estilo único?

e) ¿Cómo podemos conocer nuestras propias aptitudes?

 

                   Los antiguos manuales de literatura perdían mucho tiempo en desarrollar las diferencias de los diversos estilos, el estilo sencillo, el estilo figurado, el estilo templado. Se pesaba y se discutía la fuerza de las expresiones, la calidad de las imágenes. Se enseñaba a distinguir el género épico del género dramático, lírico o didáctico. Se insistía sobre los caracteres de la oda o de la epopeya. Todo esto no da ningún provecho. No nos ocuparemos de ello. Se insistía mucho, también, sobre el estudio de los modelos, diciendo: "Fórmese usted estudiándolos. Trate de escribir tan bien como ellos".

                 Cierto que es una cosa excelente estudiar las obras maestras, pues la admiración conduce a la imitación, y la imitación es un medio de asimilarse las bellezas de los demás. Pero se señalaban demasiado las perfecciones y no lo suficiente los defectos. Como el neófito está inclinado a escribir cosas mediocres, hay que darle también el ejemplo de las cosas mediocremente escritas para enseñarle a huir de ellas.

                Es necesario mostrarle frases malas que pueden transformarse en buenas, y decir por qué son malas y cómo se las convierte en buenas. El estudiante no discernirá que escribir bien hasta que se le haya expuesto qué es escribir mal. Es preciso desarticular el estilo y los procedimientos, ir al fondo, descomponer la sensación y la imagen, enseñar como se construye un período. demostrar sobre todo, los resultados que se pueden obtener por el esfuerzo, el trabajo y la voluntad.

               Porque todo esta ahí. No sospechan muchos el partido que se puede sacar de un trozo de prosa común impulsando su ejecución, rehaciéndolo, perfeccionándolo. En eso consiste toda la ciencia de escribir y para eso hace falta un guía ilustrado en estas costumbres de trabajo. Y para demostrar que los grandes escritores han tenido asumido lo que manifiesto, baste una frase pronunciada por Jorge Luis Borges:

"UN ESCRITO NUNCA SE TERMINA; SOLO SE ABANDONA."

¡ y lo dice un hombre que bien puede dar por terminados sus trabajos y no tendrá objeciones !

                 No deja de ser delicado querer enseñar a escribir cuando el que lo intenta no es un escritor consagrado por la admiración. Pero si nos atuviéramos a eso, pocos serían los hombres aptos para dicha enseñanza. Se me perdonará la tentativa, si se piensa en la cantidad de personas que se constituyen en profesores de estilo. Manuales, consejos, cursos, convertidos en volúmenes profesionales, cuyos autores en mayor parte están lejos de ser escritores notables. Solamente tienen lectura, erudición, y en algunos casos claro juicio y gusto, juntos o separados. Pues si eso basta basta para justificar su pretensión, no veo por qué habría de privarme de encarar un curso de trasmisión de mis propias peripecias, mi esfuerzo y mi trabajo para convertirme en escritor. Para ello he tomado elementos de obras varias, a las que adhiero conceptualmente, y que utilizo de soporte para - agregando mis conclusiones - transmitir una experiencia útil.

                 Muchas personas, declararan al arte inaccesible e indemostrable. “¡Enseñar a escribir”! ¡Es imposible! El estilo es un don. Se tiene o no se tiene. Escribir es cuestión de inspiración, y no puede enseñarse a tenerla. La creación de las palabras, el arte de las expresiones, son cualidades innatas. Nunca podrá enseñarse a descubrir bellos pensamientos o frases originales.  En eso hay una confusión. No se enseñará a nadie a ser un Homero o un Esquilo; pero en el arte de escribir hay una parte demostrable, algo de oficio de extrema importancia que proporciona casi tantos recursos como la inspiración. Se admiran con frecuencia bellezas que son debidas a combinaciones de palabras, a habilidades de estructura o a choques inesperados. Los resultados de una larga experiencia pueden, pues, formar un curso de lecciones provechosas. Hay cualidades adquiridas y cualidades a adquirir. Las que pueden adquirirse superan tal vez a las que se poseen. Claro está que una parte del arte de escribir no puede enseñarse; pero otra parte, sí.  Por falta de trabajo es por lo que tantas personas escriben tan mal.

                  El trabajo ayuda a la inspiración; él es quien la hace fructificar; por el se llega a duplicar las propias fuerzas. Si es verdad que el genio no es más que una larga paciencia, digamos bien alto que el arte de escribir puede enseñarse largamente, pacientemente, victoriosamente. No se trata, bien entendido, de dar fórmulas seguras, reglas matemáticas o recetas infalibles para escamotear las dificultades. Se trata de descomponer la forma, de analizar los giros y las expresiones, para dar a los lectores el ángulo preciso que lo lleve a la idea.

                  Esta enseñanza gana mucho cuando puede darse de viva voz; cuando podemos corregir personalmente composiciones hechas por los discípulos, y no trozos tomados de libros, porque los deberes de los alumnos contienen torpezas e inexperiencias que solo en escaso número se encuentran en los trozos impresos. Me dirán también: Su pretensión de enseñar el estilo es quimérica. ¿Qué estilo va  usted a enseñar? Si no hay un patrón único de estilo. Montesquieu no se parece a Chateaubriand. ¿Con qué derecho me impondría usted una fórmula mas bien que otra? Objeción válida. Sí; sin duda, hay tantos estilos como autores, y sería absurdo querer imponer uno, sea el que fuere. Pues, no es un estilo especial el que quiero proponer; deseo enseñar a cada uno a escribir bien en su propio estilo.

                      Hay un arte común a todos los estilos. Los principios, los matices y las consecuencias de ese arte es lo que deseo desarrollar. Ese arte constituye la ciencia de escribir. Aunque las cualidades de escritura no sean las mismas en todos los autores, un buen verso de un autor es bueno por las mismas razones que un verso de otro. “Un buen verso no tiene escuela “, decía Flaubert. Un buen estilo, tampoco.

                     No; no quiero obligar a nadie a adoptar tal o cual estilo y a no ser más que pálidos imitadores. El consejo es descomponer y asimilar todos los estilos posibles y luego formarse uno. Trátese primero de escribir bien, y la originalidad de la forma llegará por si sola. En todo caso Hay una tradición de estilo: la tradición clásica, el molde regular y tranquilo, la estructura académica y lógica. Sígase ese patrón que es general y lo domina todo. He ahí, a priori, la forma que es preciso proponer como modelo. Puede estar seguro el aspirante a escritor que –sin que lo note-, su temperamento la modificará, si ha nacido para modificarla.

                      La primera condición preparatoria para escribir es la de conocerse, y para eso es preciso examinarse a si mismo, estudiarse, saber, como dice Horacio, que peso se puede echar uno sobre los hombros. El verdadero germen esta, ha veces ahogado y no aparece hasta muy tarde. Rousseau no comprendió que era escritor hasta los cuarenta años. Miguel Angel no aceptó que era pintor, aún después de que el papa Julio II lo obligara a pintar la Capilla Sixtina, y pese a haber hecho antes obras pictóricas como el Tondo Doni. Una casualidad nos revela a veces a nosotros mismos. Hay asimilaciones pasajeras que no son más que engaños. Para tener completa certidumbre de nuestra vocación, es necesario repetir los ensayos, volver a empezar las pruebas, cambiar de ejercicio, pasar de una lectura a otra. Al fin, se afirma una predilección, se traza un sendero en medio de esos diversos caminos, y gracias a la intervención de un amigo, a la opinión de una persona inteligente, a la conducción apropiada de un maestro, sabemos por ultimo, lo que queremos y lo que podemos hacer.

                      Sobre todo, no hay que cegarse sobre si mismos, porque sucede casi siempre que lo que mas amamos en nosotros  son nuestros defectos. Es muy raro que uno tenga el discernimiento y el valor de ser pura y sencillamente lo que es. El medio que nos dará mas luz sobre este punto es la lectura.